Esta expresión que vendría a significar en castellano «ahora que llueve y resbala«, se emplea en Valencia cuando llega una persona en un momento en que ya no hace falta. Últimamente, la estoy oyendo por aquí y por allá, y me aficionado un tanto a ella de tanto sufrirla, acompañadme algunos días por la DANA de Valencia y lo entenderéis.
El 21 de octubre mi padre ingresó en el Instituto Valenciano de Oncología de urgencias y el domingo 10 de noviembre falleció de una parada. Hasta aquí nada nuevo, las personas nacen, crecen, se reproducen y mueren, que le vamos a hacer es el ciclo de la vida, por mucho que nos duela y duele. Pero, dejadme que continúe mi relato. El 29 de octubre se produjo en el área metropolitana de Valencia el fatídico episodio de la DANA con dramáticas consecuencias para la gente y sus bienes. En este punto, seguro que ya eres capaz de intuir y anticipar: habrá pasado por la «zona cero», esa en la que habían filas de coches apilados, un espectacular «set» para los reportajes. Perdona que te interrumpa, sí déjame que te cuente, no es solo eso.
- Ese martes día 29 por la tarde, acudieron mis alumnos al centro en la conocida como «rotonda de los anzuelos» situada al final de la pista de Silla. Las clases habían sido suspendidas, en muchos municipios próximos, gracias a la información emitida por Aemet. También, lo había hecho la Universidad de Valencia y el Politécnico. Sin embargo, el Ayuntamiento de Valencia, cuya alcaldesa se postula como futura presidenta, no canceló las clases hasta 21:19 hrs arrojándonos a la boca del lodo: «ara que plou i s’esvara».
- El miércoles día 30 fue un impacto, algo inesperado, como un directo de Topuria en la mandíbula acompañado de un gancho en el hígado. Las vías de acceso a Valencia estaban seccionadas con quirúrgico bisturí. Tratábamos de entender el alcance, observando la catástrofe, paralizados en el miedo de no entender de dónde vino el golpe. No sonaban las alarmas, tampoco las sirenas, solo el rumor apagado del embozo de la AP7. Nos enterábamos, entre idas y venidas de cobertura telefónica, de una realidad pegajosa como el lodo. Tres semanas después, no puedo encontrar un canal en que un tertuliano no opine «prime time»: «ara que plou i s’esvara».
- El jueves 31 no tenía otra alternativa, mi hermano llevaba dos días sin moverse del IVO y más de un centenar de trabajadores en Picassent esperaban sus decisiones. Los cazadores me despertaron al alba con salvas, como si no fuera con ellos, ya estamos acostumbrados en el Realón al coto de Picassent y su impunidad. Lo sé Cristóbal, estos no os representan, «cazar en campos no es cazar» y habéis enviado dos camiones de ayuda a Torrent. Tres semanas después con restricción al tráfico, ahí están aportando su granito de arena para el principio de su fin. Ha llamado un vecino, y horas más tarde, dudamos que haya llegado una patrulla, y si así fuera como siempre ya no estarían donde siempre: «ara que plou i s’esvara».
- El viernes 1 de noviembre, sin noticias de «Gurb», quiero decir sin presencia del Estado central, ni autonómico en las zonas, visto con mis propios ojos. Durante el fin de semana, la población aledaña se movilizó en ingentes cantidades para ayudar a los afectados. Suponed la capacidad de trabajo contenida en la pala de un voluntario frente a una excavadora. La compañía y el apoyo resultaba sin duda su activo más valioso, como buenos compañeros de lodo compartieron la rabia y la indignación. El fin de semana siguiente los voluntarios acudirían en un número tal que ni en los pueblos sabían donde ubicarlos: «ara que plou i s’esvara».
- El domingo 3 de noviembre, lejos muy lejos de vislumbrar siquiera los bordillos de las aceras, se produjo la visita oficial de las «fuerzas vivas del pueblo». Cualquier ciudad de la zona, sin importar la calle resultaba una mala elección. El barro no tenía fronteras y todos sin excepción pensamos lo mismo: «ara que plou i s’esvara».
Empiezo a cansarme del relato, necesito avanzar y acabar con esta pesadilla de horas interminables atascado en colas grises con la mirada fija. En fin, que llegó ese día que tampoco nadie espera, esa «triste combinación» de tanatorio y entierro. Las quejas y lamentos de los cientos de asistentes que habían invertido varias horas en avanzar escasos kilómetros, hasta este lugar de olvido y recuerdo, servirían como prueba de lealtad y amor incondicional. Los canales de comunicación a toda marcha: respirad tranquilos ahora hay autobuses lanzadera, refuerzos de personal y un largo etcétera. Disponemos de infinidad de medios prestos a ser conducidos a atascos de los que sus habitantes regresarán no sin profundas cicatrices: «ara que plou i s’esvara».
Y aquí estamos, con la vista puesta en el cielo y una lluvia que no cala, «ara que plou i s’esvara».
En Torrent, a jueves 14 de noviembre de 2024.